Este es un cuento que escribí hace un año, he escrito otros cuatro pero este es el mejor. Más tarde mejorare y publicare los otros:
Tras tres meses de dura batalla contra una enfermedad del corazón, mi abuelo finalmente falleció en una solitaria camilla del Hospital Militar, un domingo de soledades. Nadie lo visitó aparte de mamá y yo, que aún recordábamos donde y desde cuando el abuelo había sido enterrado en vida. Pasaba los días en un sueño profundo y cuando estaba despierto miraba a través de la ventana de su cuarto con vista a los cerros, siempre los miraba inclusive cuando hablaba con nosotros, y se lamentaba de haber criado hijos desmemoriados. Por eso odio recordar cuando se hizo la lectura de su testamento, en la oficina de su abogado, allí estaba toda la familia. Más presente que en su agonía, más completa que en su funeral. Mamá los saludo con cierto desdén, yo en cambio no salude a nadie, estoy seguro que más de uno se molesto, pero ellos nunca me llaman y a mamá menos. Mi abuelo tenía un dinero suficiente como para que este fuera repartido equitativamente entre sus tres hijos y así fue, también tenia un apartamento cerca de la Universidad Nacional el cual dejo a mí primo Leonardo que pronto iría a estudiar allí. Yo no esperaba que me dejara algo (aunque aún tenía algo más) ya que nunca me mostró afecto claro que el era un hombre muy hermético en el cual era muy difícil descifrar sus afectos, pero no me sorprendió igualmente que me dejara su tiendita de vitrales. Aprendí ese oficio directamente de él. A la salida mi primo Leonardo me sugirió que tan pronto como tuviera posesión del lugar, lo liquidara ya que era un pésimo negocio. No hice caso y me instale al día siguiente.
El lugar era pequeño, tanto que las paredes ejercían una presión distante sobre los músculos y los huesos, por todo el lugar habían viejos vitrales apiñados de tal manera que uno tenia que caminar midiendo los pasos para no volverlos polvo de colores. Mientras la luz tenue de la tarde traspasaba las ventanas rucias y golpeaba los vitrales, los reflejos formaban en las paredes y en los rostros, carnavales de colores, de ecos submarinos y cuevas de coral, de tiempos míticos y naturalezas exuberantes, me encantaba pasar las tardes después del colegio allí. Era muy bonito a pesar del papel tapiz roto, de las paredes decoloradas, de los vidrios de color sepia por el olvido y del fantasma de un abuelo agrio que se acostaba sobre la caja de pago en espera de clientela como un perro resignado a la decrepitud. Era un pésimo negocio, ya no lo salvaba ni la reputación de buen artesano de mi abuelo, se que debí hacerle caso a Leonardo pero por alguna razón pienso que un buen hombre de negocios debe ser terco. Nunca espere realmente tener clientes, la verdad es que solo espere la comprobación de que esto había sido una mala idea, por eso la llegada de aquel hombre no me pareció real hasta que hablo-“No puedo creerlo, esto se volvió una ratonera”- no me ofendí, era verdad. Era un hombre raro, tenía un rostro cadavérico, con la piel morena pegada a los huesos del cráneo, el pelo grisáceo, abundante y despeinado y los ojos rodeados de una gran aureola oscura, era tan viejo como mi abuelo. El hombre parecía conocer la tienda, caminaba con cuidado entre los vitrales y se sobrecogía con la estrechez del lugar, parecía extrañado por la decadencia en la que había caído la tienda-“¿Buenos días, que se le ofrece?”- en cuanto termine de preguntar el hombre se acerco rápidamente a la barra y dejo sobre esta un papel doblado-“¿Qué es esto?”- el hombre me miro calmadamente-“Ábralo”- era un diseño, para un vitral circular de marco de plomo, nunca había visto un diseño así –“¿discúlpeme si soy chismoso pero que significa este diseño?”- el hombre me miro con severidad-“es un vitral del olvido”- tarde un tiempo en tragarme esa repuesta-“Perdón señor pero no entiendo”- el hombre puso ambas manos sobre la mesa y miro hacia el piso-“Es un vitral que me ayudara a olvidar ciertas cosas del pasado, Dios, Gonzalo nunca preguntaba”- en ese momento desee gritarle que como pretendía que un vitral hiciera eso, pero luego pensé que si mi abuelo no hacia preguntas era por que no quería que ese orate reaccionara violentamente-“ en esa esquina esta mi numero, llámeme cuando este listo”- se fue sin despedirse y sin siquiera decir gracias, odio eso pero ya que podía hacer. Reflexione un momento sobre lo que había pasado, ¿debía estar feliz por tener un cliente o triste por tener un cliente loco? No lo sabía.
A eso de las dos fui a almorzar con Mónica Sandoval en una pescadería cercana, ella invitó. Si dependiera de mí, me hubiera quedado en la tienda pensando ¿Qué carajos había pasado por la mañana? Pero Mónica insiste tanto, que uno sale con ella solo para salir del asunto. Desde hace unos meses me echa los perros. Pero yo no le paro bolas, es demasiado sumisa para mi gusto, tiene un complejo de princesa y posiblemente sea una mantenida. No puedo quitarme ese diseño de mi cabeza, ¿Qué es? ¿Para qué? ¿Por qué? No son acaso estas las preguntas que uno se hace sobre la vida, y si no puedo resolver esas podré resolver estas-“¿crees que se me ve mejor el bronceado natural o el de spray?” – Eso me bajo a tierra-“¿perdón?- Mónica me miro por un segundo y luego se levanto-“eres increíble, no se para que me molesto en sacarte”- salio del restaurante sin despedirse y yo tuve que pagar el almuerzo. De camino a la tienda no pensé en lo que había pasado con Mónica, yo tenía mis razones (no solo era el vitral, era ella misma) para no ponerle atención. Después del almuerzo volví a la tienda, cogí el diseño y me encerré en el taller de mi abuelo en la trastienda. Allí entre las herramientas y el desorden, reposan los trabajos incompletos de mi abuelo. Sobre la meza: la caperuza de una lámpara con base de estaño moldeado para que pareciera un tronco de un árbol, la caperuza con sus hojas y frutos de vidrio iba a ser la copa. Estaba trabajado en eso cuando le dio el primer pre-infarto. El tiempo pasa, tres meses de ausencia y este lugar ya esta irreconocible, es como si noventa y un mundos hubieran caído allí cada uno dejado su cicatriz sobre las cosas.
Me senté en la silla de trabajo de mi abuelo, en ese espacio que actuaba tanto como refugio como coraza, mi abuelo pasaba las tardes construyendo los sueños de otros y poniendo-al mismo tiempo- un poco de los suyos, en cada vitral que hacia. Ningún trabajo tenía mayor importancia que otro, no importaba la fecha límite ni el tamaño del pago, para mi abuelo todos eran iguales. Que yo supiera, solo había un trabajo que él odiaba: la ventana incompleta, con la imagen de una sirena posada sobre una roca mostrando sus tetas volcánicas a una multitud de ninfas en poses sexuales. Mi abuelo no la termino, no por la pornografía, sino por que se entero que el trabajo era para un traqueto (del cual nunca se supo el nombre) de Medellín. Se dice que por amenazas de ese hombre mi abuelo se compro su revolver .50 Desert Eagle, que hoy descansa en una gaveta con un aspecto que lo hace ver tan viejo como inútil. Yo creo que era más probable que el hubiera comprado ese revolver por los rateros que a veces se metían en la tienda. Entre tantas cosas que uno pude recordar en una tarde de ocio, algo importante me vino a la cabeza. Es curioso, hay gente que relaciona un sonido con una revelación, en mi caso ese sonido es vidrio quebrándose. Cuando yo tenía catorce años, ayudaba a mi abuelo en la tienda, una tarde de un lunes festivo. Cuando buscaba los tapabocas, encontré en un cajón un papel que tenia un diseño similar (o será acaso el mismo) al de mi cliente. Lo busque, incansablemente y finalmente lo encontré en el cajón donde mi abuelo guardaba las herramientas viejas y oxidadas, no le gustaba botar nada. A riesgo de contraer tétanos, lo saque del fondo de ese cajón. Al abrirlo vi que abajo del diseño alguien había escrito con tinta roja y en mayúsculas la palabra imposible. Tenía la fecha de hoy hace diez años. Recordé que hoy era el aniversario de la apertura de la tienda y que mi abuelo marcaba este día en el calendario con un círculo de tinta roja y una extraña inscripción: cada diez años. Esa inscripción siempre me hizo sospechar que había algo más que el aniversario que motivaba a mi abuelo a marcar esa fecha. Seguí buscando en la tienda por pistas y finalmente las encontré en una caja de cartón que había sido puesta en una alta repisa al lado de la puerta del taller, allí no solo encontré otros dos diseños con fechas de veinte y treinta años atrás respectivamente sino también una fotografía de mi abuelo y otro hombre con uniformes de soldado, en la parte de atrás de un camión. La cara del hombre estaba circulada con tinta roja y tenia escrito debajo del círculo: cada diez años. Era mi cliente hace cincuenta y siete años. En la parte de atrás de la foto había otra inscripción: Cruzando el paralelo 38 -1951. Mi cliente al igual que mi abuelo era veterano del batallón Colombia que participo en la guerra de Corea. Ambos compartían un pasado que todos habían olvidado sin querer y que tal vez los pocos que querían olvidarlo no podían hacerlo.
Me los imagine corriendo entre los campos coreanos, corriendo entre las metrallas y las explosiones y los cadáveres de las personas con las que hablaron, comieron y mamaron gallo, mientras se agolpaban en las filas como vacas esperando los cuchillos de sus matarifes. Nunca estuve en una batalla y no se la dimensión real de lo que mi abuelo vivió pero por lo poco que he oído, fue algo horroroso. Mi abuelo hablaba poco sobre la guerra, y lo poco que decía lo hacia con un orgullo fingido con el que decía que la sangre derramada valía la pena. Pero mi abuela (que en paz descanse) solía decir que extrañaba la antigua alegría y apertura que tenía antes de ir a la guerra, también decía que le molestaba que mi abuelo llorara en secreto frente a sus recuerdos de la guerra maldiciendo la hora en la que tuvo que ir allí mientras que frente a la gente se disfrazaba con su traje de guerrero orgulloso. Él nunca quiso admitir que la guerra lo había dejado tocado, pero su esposa si noto el hermetismo y la tristeza que lo consumía, dejando en todas sus cosas y en todos los lugares por los que pasaba un hálito de desasosiego. Las cosas estaban claras, ya sabia de que se trataba todo esto, solo una cosa no estaba clara ¿Por qué mi abuelo considero imposible este trabajo? Viéndolo bien no era tan difícil-raro sí- pero no imposible. Yo solo supe de un trabajo que él considero imposible, el primero que le encargaron treinta años atrás cuando abrió la tienda. Viendo que todos los diseños tienen espacios de diez años pero que todos datan del aniversario de la apertura de la tienda, puedo decir que con seguridad que el diseño de hace treinta años fue el primer trabajo de mi abuelo, el cual nunca se hizo. Tal vez mi abuelo considero que ese trabajo era imposible no por lo complicado sino por que hacerlo seria reconocer que la guerra lo había afectado tanto como a su amigo. En ese momento decidí que era momento de acabar con el egoísmo y el sufrimiento. Saque las herramientas necesarias, puse el diseño sobre la mesa y me dispuse a forjar con plomo y vidrio de color el destino de un hombre atormentado.
Termine el vitral en una noche en la que no supe cuando pasaron los segundos y se transformaron en minutos y cuando estos a su vez se transformaron en horas. Al día siguiente, luego de dormir unas tres horas llame al cliente. Este llego una media hora después, entro sin cuidado alguno en la tienda estado a punto de romper varios vitrales que estaban a su paso. Se acerco a la barra y sin saludar y sin pedir el favor me pidió el vitral, yo tenía paciencia y lo comprendía calladamente. Me trajo satisfacción ver su cara de niño en dulceria, lo agarro con sus manos de alambre y lo levanto con unas fuerzas que no parecía tener. Tan pronto como lo levanto, empezó a llorar sin inhibiciones-“que pena joven, un hombre recio como yo llorando debe ser una vergüenza”- dijo y agrego-“solo que yo siempre supe que no debía hacer esto”- me sorprendió esa frase-¿porqué?- pregunte- “por que hoy es el ayer de mañana”- no entendía nada-“no entiendo, señor”- el hombre me miro fijamente con sus ojos vidriosos y rojizos ya cansados de llorar-“ aunque no lo quiera admitir mi pasado siempre influencio e influenciara mi presente y mi futuro” – dijo con una voz pausada, sin ninguna preocupación-“ahora que he negado mi pasado no puedo tener presente ni futuro”- al terminar de decir eso el hombre se desintegro en una nube de polvo amarillo, el vitral que era su pasado, su presente y su futuro se reventó contra el piso formando una lluvia de granizo coloreado. No podía creer lo que acababa de ver ¿estaría soñando? No, no estaba soñando ¿y ahora que voy a hacer?, si alguien vio al hombre entrar a la tienda pero nunca salir, podría llamar a la policía si se entera que mi cliente ha desaparecido y yo ¿Cómo le explico a la ley que ese hombre se volvió literalmente polvo en mi tienda? Decidí abandonar la tienda y esconderme por un tiempo. Nada paso, en los meses siguientes y aun hoy nada ha pasado, solo me escondí por diez días luego cuando me entere que nadie me buscaba salí de mi refugio. Nunca más pude volver a hacer un vitral, hoy tengo un trabajo decente muy lejos de esa tienda que aun visito. Mucho del polvo amarillo invadió los viejos vitrales apiñados, que habían sido abandonados por clientes sin memoria. Pero en el centro de la tienda un prevalece una gran montaña de polvo, que se eleva con el viento que se filtra por una ventana que dejé abierta, flotando pasiva y lentamente, sin tiempo alguno como una mente que recuerda.
2007